Atenea y Aracne
Aracne hija de Idmón, un simple tintorero de Colofón, vivía en el pueblo de Ipepo y se había ganado una gran reputación por el primor de sus tejidos, que hacía con una lana que ella misma hilaba. Envanecida por su maravillosa habilidad, un día dijo: "Puede Atenea venir a disputar conmigo. Si soy vencida, me someteré al castigo que me imponga".
Atenea
Atenea herida por estas palabras, tomó la figura de una viejecita de blancos cabellos y habló así a Aracne: "conténtate con la fama que has logrado, pero no trates de igualarte a una Diosa".
Aracne contestó con palabras insolentes y se atrevió a preguntar a la viejecita por qué Atenea no se presentaba tal y como era. Entonces la diosa, abandonando su avejentada forma, se mostró con las señales de su divinidad y aceptó el desafío, tras la cual ambas se dispusieron al trabajo y trazaron sobre su tejido antiguas historias. Atenea representó en el suyo, la batalla que tuvo con Poseidón sobre la ciudad de Atenas.
La habilidad de Aracne y el enfado de Atenea
Aracne, por su parte, representó sobre su lienzo a Europa seducida por Zeus bajo la figura de un toro. El trabajo era tan perfecto, que se hubiera creído, realmente, un verdadero toro y un verdadero mar. Europa aparecía allí con sus ojos vueltos hacia la ribera que acababa de dejar, y parecía llamar a sus compañeras para que acudieran a socorrerla. Y también se veían dibujadas todas las figuras que Zeus había tomado en sus innumerables aventuras amorosas. Y estaba todo tan bien ejecutado, que Atenea no pudo encontrar ningún defecto.
Entonces la diosa, llena de ira y de despecho, reprendió con vehemencia la veracidad de las tejidas historias, y con la lanzadera rasgó de arriba abajo el tapiz y golpeó fuertemente la cabeza de Aracne, quién, presa de la desesperación, huyó. Pero Atenea la sostuvo en el aire y le habló: "vivirás, insolente Aracne, siempre suspendida así; tal será tu castigo para toda la posteridad". Y antes de marcharse, Atenea arrojó sobre Aracne el jugo de una hierba ponzoñosa que le hizo caer por sus cabellos, la nariz y las orejas; su cabeza y su cuerpo disminuyeron; las piernas y los brazos se convirtieron en sutilísimas patas, y el resto del cuerpo se trocó en un grueso vientre".
De esta manera, convertida en araña, Aracne sigue tejiendo sus hilos, como había hecho antes y seguirá haciendo eternamente...
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