El rugido del sur: la invasión de los mauros en Hispania
El rugido del sur: la invasión de los mauros en Hispania bajo Marco Aurelio
Año 171 d.C. Mientras los glaciares del Danubio crujen bajo los cascos de las legiones romanas, y el emperador Marco Aurelio, agotado por la peste y la guerra, resiste el embate de los cuados y marcomanos, una nueva sombra cruza el mar desde África y cae como una garra sobre Hispania. Las tierras fértiles de la Bética (Andalucía) —el granero del sur del Imperio— arden por primera vez en generaciones.
Los mauros, tribus norteafricanas procedentes de la Mauritania Tingitana (actual norte de Marruecos), cruzan el Estrecho de Gibraltar, llamado Fretum Herculeum en esa época, y asaltan Hispania con una violencia brutal y repentina. Marco Aurelio, emperador filósofo, se ve obligado a defender una provincia que no pisa, pero que lleva en la sangre.
Los bárbaros cruzan el Estrecho
La primera oleada de incursiones mauros en Hispania se produce en torno al año 171 d.C., en pleno apogeo de las Guerras Marcomanas. Las fuentes antiguas —como la Historia Augusta— informan con laconismo que “los mauri devastaron casi toda Hispania”. Pero estudios modernos y hallazgos epigráficos nos permiten reconstruir con más precisión lo ocurrido.
Desde la costa de Tingis (Tánger), grupos armados cruzan hacia Carteia (San Roque) y Malaca (Málaga), donde las defensas son insuficientes. El ataque es rápido y sangriento. Los mauros se internan en el valle del Guadalquivir, saqueando Singilia Barba (Antequera), Iliturgi (Mengíbar), Astigi (Écija) y zonas rurales entre Corduba (Córdoba) e Hispalis (Sevilla). Las rutas comerciales del sur quedan paralizadas. Villas quemadas. Templos saqueados. Familias enteras asesinadas o esclavizadas.
Los habitantes de Italica (Santiponce), cuna de emperadores, se encierran en el anfiteatro. Los campesinos romanos e indígenas buscan refugio en los montes. Hispania, por primera vez en décadas, sangra.
La Legio VII Gemina entra en acción
La reacción romana no se hace esperar. Desde su campamento permanente en Legio (León), la Legio VII Gemina, única legión estacionada en Hispania, es movilizada bajo el mando del legado Aufidio Victorino, según inscripciones halladas en el conventus Astigitanus.
Mientras Marco Aurelio permanece en el norte —batallando en la frontera danubiana cerca de Vindobona (Viena)—, ordena por carta la defensa inmediata de la provincia Bética. El emperador no se limita a delegar: da instrucciones precisas, exige informes periódicos y dispone envíos de grano desde África y Sicilia para abastecer a las ciudades sitiadas.
La defensa de Hispania es coordinada desde Emerita Augusta (Mérida), donde el gobernador provincial actúa como enlace directo con el poder imperial. Unidades auxiliares se movilizan desde Segobriga (Saelices, Cuenca) y la Lusitania, incluyendo destacamentos de caballería hispana conocidos por su habilidad en el combate en terreno accidentado.
Guerra en casa: el pueblo toma las armas
Pero no todo depende del ejército. En lugares como Astigi, Carmo (Carmona) o Ulia (Montemayor), los propios ciudadanos organizan defensas improvisadas. Senadores locales arman a los esclavos. Veteranos retirados de la Legio IX —asentados décadas atrás— recuperan sus espadas. Los hispanorromanos no piensan huir: luchan por sus hogares, por sus hijos, por el honor de Roma.
Se han hallado lápidas conmemorativas que relatan la muerte de jóvenes locales en combate contra los invasores. Algunas inscripciones mencionan “ob vulnera contra Mauros accepta” (por heridas recibidas contra los mauros), conservadas en museos de Sevilla y Córdoba.
La segunda incursión: 177 d.C.
Cuando la situación parece estabilizada, una segunda oleada de ataques mauros tiene lugar en el año 177 d.C., esta vez con mayor fuerza y alcance. Las crónicas recogen que las tribus cruzan de nuevo desde la Tingitana e incluso reciben refuerzos de tribus bereberes del interior, dispuestas a saquear las provincias romanas más ricas del oeste.
Los ataques se expanden desde la Bética hacia Lusitania (actual Portugal y Extremadura) y el sur de la Tarraconense. Ciudades como Conimbriga (Condeixa-a-Velha) y Norba Caesarina (Cáceres) sufren ataques menores pero significativos.
La respuesta romana llega ahora también desde África: el gobernador de la Mauritania Tingitana, Vallio Maximiano, organiza una contraofensiva con unidades de la Legio III Augusta, destacadas en Lambaesis (Argelia), y refuerza el control de las costas para cortar la retirada de los invasores.
El emperador que protegió a los suyos
Marco Aurelio nunca pisó Hispania, pero actuó como si la conociera palmo a palmo. Su familia paterna procedía de Ucubi (Espejo, Córdoba), y no olvidó sus raíces béticas. Aunque las crónicas no lo dicen explícitamente, es probable que esta conexión explicara su rápida y firme reacción ante el desastre.
A diferencia de otros emperadores, no respondió con masacres ni represalias desproporcionadas, sino con ayuda, logística y administración. Envió fondos de emergencia, restauró el suministro de cereales, redujo temporalmente impuestos en ciudades como Astigi y Corduba, y recompensó a los ciudadanos que colaboraron en la defensa.
La memoria enterrada
Hoy, salvo los expertos y arqueólogos, pocos recuerdan que Hispania fue asaltada por los mauros durante el gobierno de uno de los emperadores más sabios de Roma. Pero las piedras aún hablan: inscripciones militares, monedas que celebran la restauratio provinciae, y restos de fortificaciones tardías en la campiña sevillana y cordobesa.
No fue solo un episodio bélico. Fue un momento en que el Imperio, aunque golpeado en sus fronteras, respondió con alma, con nervio y con una fidelidad hacia sus provincias que no siempre se repetiría. Marco Aurelio, desde su tienda de campaña junto al Danubio, salvó Hispania sin poner un pie en ella. Porque entendía que el poder no es presencia, sino responsabilidad.
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