Collado de los Jardines y los exvotos ibéricos
Uno de los aspectos más difíciles de conocer del mundo ibérico es el religioso. La religión ibérica ofrecía un rico y complejo ritual del que sólo quedan contados vestigios. Las referencias escritas aseguran que los Íberos practicaban la adivinación y los sacrificios. La arqueología documenta la existencia de ofrendas de perfumes, libaciones y exvotos. Existía también todo un ritual funerario dedicado a honrar a los muertos.
El Collado de Los Jardines
Uno de los principales santuarios que hubo en la península Ibérica fue el Collado de los Jardines, ubicado en Santa Elena en la provincia de Jaén. El Collado de los Jardines está en relación con una cueva y un manantial. La cueva con la que está relacionado es la conocida como Cueva de los Muñecos, ubicada en la ladera sur del Cerro del Castillo. Casi la totalidad de los exvotos de bronce encontrados en la península Ibérica se encontraron en este santuario y en el de Castellar de Santisteban, también en Jaén, testimoniando la riqueza en minerales del área andaluza.
El Collado de Los Jardines se sitúa en pleno Despeñaperros, en el paso natural entre la meseta y Andalucía. Este camino se situaba antiguamente al Este del desfiladero utilizado en la actualidad, aprovechando el propio Collado de Los Jardines. El santuario, del que sólo se pudieron apreciar restos de un edificio rectangular, se situaba en la boca de una cueva y junto a un manantial. En una elevación próxima se asentaba la acrópolis, y todo el conjunto iba rodeado por una muralla. Los exvotos se aglomeraban en el área de la cueva, en la tierra situada al exterior y en las fracturas de las rocas próximas.
Exvotos Ibéricos
Este santuario recibía a numerosos fieles que pedían o agradecían favores a la divinidad y depositaban allí sus ofrendas. Los exvotos, realizados en bronce con la técnica de la cera perdida, constituyen la mejor evidencia de la religiosidad popular ibérica y están considerados por los antropólogos como una clara manifestación material de un vínculo entre los devotos y los seres sobrenaturales, es decir un vínculo entre la tierra y el otro mundo.
Estos exvotos representan a seres humanos, partes de la anatomía humana y animales. Se fechan entre inicios del siglo VI a. C. y la romanización, momento en que los exvotos de bronce se sustituyen por los de terracota fabricados a molde. En época ibérica, su función sería muy similar a la actual: ofrenda a la divinidad para conseguir su protección, solicitar o agradecer la curación de alguna enfermedad o dolencia mediante la representación de la parte afectada y representar al devoto recibiendo la gracia divina o en actitud de oración. Varios datos refrendan el carácter votivo de estas figuras: su vinculación a lugares sacros, sus gestos (de devoción…) y actitudes (de ofrenda o salutación...) y la relación que tienen con elementos de similar función dentro de otras culturas mediterráneas o, incluso, en la actualidad.
Los exvotos conforman un núcleo importante de nuestra colección que puedes ver en nuestro perfil de Instagram
Este exvoto representa un figura femenina de pie, con las manos en actitud de ofrenda. Va vestida con una túnica larga y acampanada de cuello en pico y en maga corta, ceñida a la cintura por un cinturón de borlas y reforzada sobre los hombros. La cabeza está cubierta por una tiara baja de la surgen dos anchas coletas apreciándose igualmente mechones ondulados sobre la frente. Este atuendo aparece igualmente en otras figuras ibéricas, no sólo de bronce, sino también de piedra, lo que evidencia, dentro de la cultura ibérica, la existencia de modas en el vestir con una difusión geográfica y cronológica determinada. Esta figura data del siglo VI a.C.
Exvoto ibérico de figura femenina encontrada en el Collado de Los Jardines en Santa Elena (Jaén).
Está de pie, y con una mano sujeta al borde del manto, mientras que con la otra realiza un gesto de saludo. Lleva una túnica larga cruzada en pico sobre el pecho, y con los bordes adornados cuidadosamente por una cenefa.
La cabeza lleva una mitra baja sobre la que se asienta el velo, que a manera de manto cubre la figura por detrás hasta los pies.
Se trata, sin duda, de una dama de alto rango social en actitud de reverencia a la divinidad. Su cronología debe situarse a finales del siglo VI a.C.