Los Idus de marzo
Después de la apabullante derrota en Farsalia, Pompeyo huyó con rumbo a Egipto. Pero lejos de encontrar un refugio donde esconderse de César encontró su final. El rey Ptolomeo XIII, sabedor de que César estaba siguiendo a Pompeyo, ordenó a sus hombres que lo asesinaran, siendo este el final de Pompeyo.
César llega a Egipto
Cuando César arribó a las costas egipcias observó con gratitud que, su principal enemigo, Pompeyo, había sido asesinado. Pero no tardó en verse envuelto en una lucha por el poder entre el rey Ptolomeo XIII y su hermana Cleopatra. César cayó enamorado ciegamente por Cleopatra y se enfrentó a Ptolomeo XIII, derrotándole y nombrando sucesores a su amante, Cleopatra y a su hermano, Ptolomeo XIV.
Esta relación escandalizó a Roma, pero no tanto por su relación afectuosa sino por la querencia de César por el poder monárquico que vio en Egipto.
Vini, vidi, vici
En el año 47 a.C., César volvió a emprender viaje con destino al Asia Menor para sofocar la revuelta que había surgido en el Ponto que lideraba Farnaces II, hijo de Mitrídates.
La campaña en tierras pontas duró poco, sólo 5 días, en lo que se conoce como la batalla de Zela. Farnaces ocupó las colinas de Zela, actual Zile en Turquía. Las tropas de César estaban a 8 Km. En la noche del 31 de julio Farnaces, despreciando a las tropa romanas, formó su ejercito ya que la gran mayoría del ejercito romano estaba construyendo las fortificaciones. Farnaces ordenó a sus tropas bajar de sus altas posiciones en la colina pensando en una fácil victoria.
César ordenó a todos sus legionarios tomar las armas y abandonar los trabajos que estaban realizando. La VI legión aguantó su posición en el flanco derecho lo que permitió dispersar el flanco izquierdo y el frontal huyendo con grandes perdidas. La mayoría del ejercito de Farnaces murió en la batalla, huyendo con él sus soldados más cercanos. El ejercito de César asaltó el campamento de Farnaces, y César ordenó repartir el botín entre sus hombres y la vuelta de la VI legión a la Península Itálica.
Tras esta fácil victoria César pronunció la celebre frase "Vini, vidi, vici".
Los seguidores de Pompeyo
Hasta el año 46 a.C. no fue posible derrotar completamente a los seguidores de Pompeyo en el norte de África. Ese mismo año Sexto, el único hijo de Pompeyo que había sobrevivido, logró algunos apoyos en Hispania lo que le permitió atacar las legiones de César.
César seguía sin flaquear en el terreno bélico pero en el político empezaba a tener problemas. En ese mismo año, y durante una estancia en Roma, César volvió a coquetear con la dictadura, aceptando primero la magistratura por espacio de 2 años y abrazándola después a perpetuidad. Esa autocrática forma de concebir el poder hacía que la clase dirigente en Roma dejase de apoyarle poco a poco.
En agosto del año 45 a.C., tras acabar con los seguidores de Pompeyo, César regresaba finalmente a Roma. El senado le concedió honores divinos y se cambio el nombre del mes anteriormente conocido por Quintilis, por el de Julio en su honor.
César rechazó el titulo de rex, pero salvo por el nombre gobernaba ya como el rey de Roma.
Los Idus de marzo, el final de Julio César
Julio César tenía planeado dejar nuevamente Roma el 18 de marzo del año 44 a.C. con el fin de dirigir la campaña contra los partos. La festividad de los Idus de marzo era el 15 de marzo, era justo antes de su partida y César quería participar en ella para recibir el clamor del pueblo romano. Una adivina le dijo a César que se cuidase de asistir a los actos relacionados con la festividad. César hizo caso omiso y decidió asistir a un pleno del senado que ese año se reunía en el Teatro de Pompeyo. Frente al pórtico del templo un grupo de hombres liderado por Cayo Casio, Marco Junio Bruto, Décimo Junio se aproximó a César con la intención de presentarle una petición. Tras rodearle, desenfundaron sus dagas y le cosieron a puñaladas, Tilio Cimbro y Servilio Casca fueron los primeros en golpearle. Más de 60 senadores estaban implicados en la conjura contra César, muchos de ellos vivos gracias a la magnanimidad de César en el pasado perdonándoles la vida.
Los confabulados se mostraban convencidos de que en realidad había sido el mismo César quien había firmado su propia sentencia de muerte al pisotear las sacrosantas tradiciones del estado.
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